Si pensamos que la muerte es un hecho natural, doloroso, pero natural e inevitable.
La muerte y la vida se complementan, completando y continuando un ciclo vital marcado por la naturaleza.
Nuestra cultura actual intenta negarla o, cuanto menos, «maquillarla», ya sea con los nuevos rituales en sitios elegantes o en el discurso; cuando alguien querido fallece se le explica a los niños que «se ha ido», «está de viaje», «está en el cielo», «está en una estrella», ideas que ofrecen suavizar el concepto de muerte pero a la vez también lo falsean, creando una ilusión de regreso posible que, no sólo es ilusorio sino que impide el enfrentamiento con la realidad y por consecuencia, el inicio de proceso de duelo.
La muerte de seres queridos es lo más doloroso que nos ocurre en la vida y lo es porque es un hecho irreversible, permanente y jamás volveremos a ver a esa persona.
Es por todo ello que se impone la verdad, la contención y la autenticidad de las emociones. Es el momento para estar triste, llorar y hablar de ello; los silencios inquietan y dilatan el proceso. Es por el camino del enfrentarse a la nueva situación que podremos transitar el proceso de duelo y aceptar la pérdida para continuar con la vida.
