“Los niños son educados por lo que hace el adulto y no por lo que dice.”
C.G. Jung
Ser adolescente es complicado. Los cambios físicos, la necesidad de encajar, el sentimiento de incomprensión, el inexplicable enfado con un mundo que todavía no acaban de entender… y además, tener que ir cada día a clase porque pronto tocará decidir sobre su futuro.
Qué hacer después del instituto. He visto películas de terror que dan menos miedo que esa pregunta.
Los jóvenes de hoy en día pasan por un sistema educativo que no corresponde a la realidad. La tecnología, la competitividad en el mundo laboral y los problemas que nuestra sociedad está atravesando han cambiado totalmente el mundo actual, pero la educación se ha resistido al cambio.
Ahora tenemos infinidad de información al alcance de un par de clics, sin necesidad de ir a la biblioteca y consultar decenas de libros para encontrar el dato que estamos buscando. Mientras los padres soñaban con ser doctores, actores o futbolistas, ahora los jóvenes ven a sus youtubers y streamers como modelos a seguir (lo cual, a pesar de los que lo ven como una señal apocalíptica, está bien). La transición de los estudios al mundo laboral se ha diversificado, los títulos universitarios ya no garantizan un empleo vitalicio y los jóvenes se ven estudiando ecuaciones de segundo grado en un mundo que se derrumba delante de sus ojos por culpa del cambio climático y la competitividad salvaje del sistema.
Ante todos estos cambios, la educación se ha mantenido prácticamente intacta, salvo por el uso de algunas pizarras digitales y los casi dos años de enseñanza telemática por culpa de la pandemia (que, a propósito, puso en evidencia lo poco preparado que estaba el sistema para el mundo contemporáneo). El sistema educativo se ha ido reduciendo al currículum, sin prestar atención a las nuevas necesidades de los jóvenes. Entonces, ¿cómo van a saber qué hacer con su futuro?
Yo misma recuerdo haber considerado estudiar biología cuando mi profesora me explicó con tanta pasión el universo que se escondía dentro de una célula, o fantasear con ser filósofa cuando conocí a los clásicos antiguos. Incluso llegué a pensar en meterme en informática porque ‘tenía salidas laborales’.
A los adolescentes que vienen a mi consulta no les brillan los ojos al hablar de su — inexistente — asignatura favorita, y es que la educación se ha centrado tanto en memorizar para aprobar exámenes que los preparará para un mundo que ya no existe, que la pasión se queda en el camino y los alumnos no se sienten identificados con lo que aprenden.
¿Qué ocurre con las escuelas para estar tan alejadas de los intereses de los adolescentes? ¿Cómo acercamos la educación a los alumnos? ¿O, al contrario, deberíamos acercar a los alumnos a la educación?
Aunque no tengo la respuesta a estas preguntas, una cosa tengo clara: son los adolescentes los que sufren las consecuencias. Un mensaje que intento transmitir siempre a los adolescentes que pasan por mi consulta es: conecta con lo que te gusta y escoge algo que disfrutes de manera tal que no haya obstáculo que te detenga.
Mientras luchamos por mejorar el sistema educativo y motivar a los jóvenes (y esperamos lo mejor), lo único que nos queda a los adultos y sobre todo a los padres — ya que la primera relación fundamental se encuentra en casa — es apoyar y acompañar en esta etapa evolutiva. Estos son los puntos que considero indispensables para el acompañamiento de adolescentes:
- Estar presente. Escuchar, aceptar y respetar las diferencias permite al adolescente saber que puede contar con sus padres en cualquier momento sin ser juzgado.
- Los límites son beneficiosos. Muchas veces, las conductas de los adolescentes tienen como objetivo encontrarse con los límites y normas que instauran los padres. De la misma manera, los adolescentes empiezan a cuestionar la autoridad de los padres, una proceso inevitable que forma parte de la consolidación de su personalidad e identidad. Es importante saber respetar los límites que los adolescentes ponen y saber negociar soluciones.
- Acoger los cambios. A medida que los hijos crecen, surge su necesidad de experimentar y buscar nuevas figuras de identificación. Como padres, debemos asumir que vivimos en mundos diferentes y no podemos entender todo lo que les pasa e interesa. Recuerda que tú también fuiste adolescente y pensaste que tus padres ‘no entendían nada’1.
Para acabar, tengo una propuesta algo polémica: un reto para los padres. Trata a tu adolescente como a «un par», en el sentido humano (no como colega), sin jerarquías. Te encontrarás con la maravilla de poder aprender de ellos y también ganarás su respeto y la confianza para que siempre puedan volver a ti como referente.
“Conversar con adolescentes implica dejarse guiar y no interpretar de antemano, no hacer rápidas asimilaciones ni conclusiones precipitadas.”
Dr. L. Lutereau
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